Historias Errantes. Cecilia Paredes
12.09.2024 – 02.11.2024
El cosmos escondido en una gota, por Fietta Jarque
La historia occidental los fue llamando “descubrimientos”, a medida que los exploradores ampliaban sus viajes y encuentros. Pero antes de toparse con esos territorios, seres y costumbres que excedían las certezas de su estrecho mundo conocido, los europeos trazaron mapas de lo ignoto. Esas zonas inexploradas estaban rotuladas en los antiguos planisferios como Terra Incognita, pobladas de amenazas y animales fabulosos, dibujos creados más por inspirados poetas del terror que por datos fiables para navegantes o viajeros. En algunos, el cartógrafo despertaba la aprensión ante esas tierras míticas más allá de los océanos conocidos escribiendo una frase al pie de su ficción geográfica, advirtiendo a quienes osaran traspasar esos límites: hic sunt dracones (aquí hay dragones).
Quizá cierta voluntad de proponer un orden incitante, la necesidad de descifrar la armonía invisible que tal vez se sustente en el caos, ejerce su capacidad de relato en los lienzos de la serie Mito y memoria. Cecilia Paredes crea ahora en estas cartografías imaginarias, una cierta poesía de lo maravilloso en base a composiciones que combinan retazos de antiguos mapas, grabados, ilustraciones de códices o libros de horas, pinturas naturalistas, cartas estelares, estampados textiles. Y lo que sucede en estos linos impresos con collages de memoria antigua, es algo como un asombroso anacronismo de lo simultáneo. Oriente y Occidente fundidos en iconografías imposibles que se convierten en fastuosos golpes de vista para espectadores de hoy. Símbolos pretéritos que ya han realizado el viaje y el encuentro sobre una superficie común, entrelazando detalles gráficos de lejanas civilizaciones hasta darles una nueva posibilidad simbólica unificadora. La amalgama de una historia del otro, escrita desde el deslumbramiento y no desde el temor.
El viaje es un tema recurrente en el trabajo de la artista peruana. También lo es su fascinación por las fabricaciones pequeñas y perfectas de la naturaleza (plumas multicolores, caracolas, hojas, huesecillos) que integra en sus trabajos resignificando su función metafórica. Su deseo profundo de acercarse a plantas y animales -de comprender, si eso es posible, su naturaleza-, la ha llevado en el pasado a mimetizarse con ellos a través de sus fotoperformances. Autorretratos en los que ella se hace invisible. En los que ingresa al interior de esas naturalezas. Pero estas Historias errantes abordan en esta ocasión algunas perspectivas inusuales en su obra.
El paisaje aparece visto desde arriba y hacia arriba.
Desde abajo, la mirada se apropia de las estrellas y recorta un abigarrado y compacto universo que se refiere tanto a la Vía Láctea como al enjoyado paisaje del cosmos. Lo hace a través de un manto bordado con pedrería de cristal y minúsculas cuentas azules brillantes que se agolpan en una suerte de lente barroco, que titula Maneras de ver el cielo.
Y, como sobrevolando desde esa distancia sideral, la artista mira luego hacia abajo e intensifica este recurso al representar una visión cenital del río Amazonas, el más largo y caudaloso de nuestro planeta, que nace en la cordillera andina. El cauce de esta fabulosa serpiente de agua es trazado mediante el paciente bordado con cientos de abalorios verdes iridiscentes, que recuerdan al brillo de los escarabajos-joya que usó Jan Fabre en algunas de sus instalaciones. La tela a la que se aferran es pálida sombra de rastros vegetales.
Se agolpan las imágenes que quieren expresar su desasosegada visión de las amenazas del depredador humano sobre la vegetación, la fauna y los grupos étnicos amazónicos, como aquellos que pintan el río en su piel o lo bordan y pintan sobre telas en diseños denominados kené. Tan determinante es el Amazonas para sus vidas. Un territorio que, como peruana, la compromete de forma particularmente dolorosa. La profunda comunión de la artista con la naturaleza, evidente a lo largo de toda su trayectoria, es aquí un puño metafórico o gotas de lágrimas multicolores que explotan.
Como colofón, dos páginas de unos Apuntes personales, arrancados de la bitácora de este viaje abstracto y elocuente. Premoniciones del naufragio que tememos.
Cecilia Paredes ha desaparecido en esta exposición. Nos tenía acostumbrados a integrar su cuerpo y su imagen en fotografías cargadas tanto de misterio como de claridad. Aquí, despliega su universo en la carga semántica de lo textil, lo táctil, las sutilezas de relatos complejos y urgentes, dichos sin palabras. Dice ella que el trabajo manual, puntada a puntada, le permite dominar su impaciencia, sumirse más profundamente en la reflexión.
Durante siglos, el bordado ha tenido la ambigua función de ser tanto un instrumento para la opresión de las mujeres como una secreta fuente de satisfacción creadora para quienes la practicaban. La silenciosa y sumisa labor de las ‘damas virtuosas’ fue también, en ocasiones, un paño donde representar sus emociones, desahogar sus pesares, sublevarse sin voz. “Conocer la historia del bordado es conocer la historia de las mujeres”, escribió Rozsika Parker, en su ya fundamental libro The Subversive Stitch. Embroidery and the making of the feminine (La puntada subversiva. El bordado y la construcción de lo femenino), donde analizó el papel de esta práctica desde al medievo al arte contemporáneo -con los trabajos de Judy Chicago, Louise Bourgeois, Tracey Emin o Ghada Amer.
Cecilia Paredes lo lleva incorporando a su obra desde hace años, para subrayar precisamente esa dimensión manual y narrativa, una caligrafía de símbolos personales. Algo que, en su caso, se engloba siempre en lo contextual por su preocupación expresa por los estragos causados por la sociedad humana al medioambiente. Cecilia Paredes no se retrata en esta muestra. Nos piensa.
Fietta Jarque
Madrid, agosto de 2024